Al otro lado de la ventana
julio 15, 2023 - 6 minutos de lectura
La habitación parecía respirar una oscuridad opresiva. En la mitad una cama antigua yacía como una trampa mortal donde una mujer permanecía amarrada de manos y pies. La ventana en la pared, un rectángulo sombrío, se convertía en su única conexión con el mundo exterior aunque solo mostraba una negrura insondable. Anhelaba ver lo que había al otro lado. Anhelaba ver una luz que jamás se encendía.
Sabía que alguien la observaba desde el otro lado, acechando en la penumbra; una presencia maligna que se regocijaba con su angustia. Sus ojos invisibles la perseguían sin descanso, creándole una sensación de vulnerabilidad a merced de un depredador implacable. El miedo se convertía en su constante compañero.
La llegada de la enfermera apenas ofreció consuelo. El rostro impasible de la mujer revelaba una total ausencia de compasión y empatía. Un destello de malevolencia cruzaba sus ojos al administrarle el calmante, como si estuviera inyectando la misma pesadilla en las venas. El sopor la envolvía, y ya no había manera de escapar. Solo dejarse caer en el profundo sueño.
Al despertar de nuevo, descubrió con horror que había sido arrastrada al otro lado de la ventana. Desde su nueva perspectiva, su propio ser atado y torturado la observaba; cada grito resonaba en su mente como un eco desgarrador. La impotencia se apoderaba de ella, sabiendo que se había convertido en su propia verdugo.
Clamó por ayuda suplicando frenéticamente que la devolvieran. Que la liberaran de esta cárcel inversa que la consumía. Pero las voces que resonaban en la oscuridad solo le susurraban que había sido ella misma quien eligió este destino. Su desesperación se convertía en una espiral voraz que la consumió, desgarrando su cordura hasta los cimientos.
En un último intento desesperado de escapar de su propio tormento, tomó una jeringa de las miles que tenía a su alrededor. Sus manos temblaban mientras se inyectaba la sustancia desconocida, esperando que este acto desatara el olvido o la liberación. El veneno recorría sus venas, envuelto en una agonía silenciosa.
Cuando abrió los ojos, se encontró de nuevo en la cama con las cuerdas apretadas a su alrededor. La realidad se estrellaba contra su ser, desgarrando cualquier esperanza que hubiera quedado. Las lágrimas se convertían en ríos de desesperación mientras se daba cuenta que su destino estaba sellado.
Gritos mudos y sollozos de agonía llenaban la habitación, mezclándose con la oscuridad que la consumía. La mujer se había convertido en una marioneta en manos de su propia tragedia.
La foto que acompaña este artículo fue compartida por Adriel Canché en Unsplash.