Amor Schrodingeriano: Física cuántica para cursis patéticos
enero 20, 2016 - 4 minutos de lectura
Al no poder soportar ni un segundo más, se encerró en su caja imaginaria con seguros reforzados. Su única compañía fueron los rastros de su amor: las cartas inconclusas, las canciones sin melodía, los poemas sin rima y los recuerdos sin memoria. Lloraba sobre ellos día y noche sin reparo. Daba igual, no era más que una nueva versión del experimento.
Los rastros de su amor actuaban como el más mortífero veneno. Si permitía que lo consumiera, perecería de soledad y olvido, tal cual le pasara al gato curioso en el experimento original. Pero si lograba superar aquello, si lograba detener las lágrimas, apagar los gritos, encender la esperanza y reestructurar su rumbo, sería un hombre renovado y vivo.
Y allí estaba. En su caja oscura, en su encierro interno, muerto y vivo. El amor, el recuerdo y el dolor lo habían vencido fulminantemente. No soportó el sufrimiento y al final del experimento nada quedaría de aquel físico enamorado y poeta fracasado que algún día fue. Había muerto de amor.
Y allí estaba. En su caja oscura, en su encierro interno, vivo y muerto. Decidió decir ¡Basta ya!, de amor no moriría. El sufrimiento era temporal, algun dia debia dar paso a la tranquilidad definitiva y ese dia al fin llegaba. Había sobrevivido al amor.
Y allí estaba, vivo y muerto a la vez. Y en ese estado se mantendría hasta que ella — la observadora del experimento — abriera su caja imaginaria forzando los seguros con solo una palabra y lo viera de nuevo. Entonces, el simple hecho de entrar en contacto visual perturbaría su estado y el estado de todo el sistema. Solo entonces, solo sus ojos entonces sabrian si estaba vivo o muerto.
Nota: En memoria de todos los gatos hipotéticos vivos y muertos en el experimento original.
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