Las historias que te contaría si quisieras escucharlas
febrero 23, 2021 - 12 minutos de lectura
Verás. Escribir historias ha sido mi pasión desde que tengo memoria. No te imaginas cuántas veces, estando a punto de dormir, llegó a mi mente una idea que no pude dejar a un lado. Le daba vueltas tratando de olvidarla hasta que finalmente me daba por vencido; encendía la luz, tomaba un viejo cuaderno y escribía hasta el amanecer. Al día siguiente, con ojeras y una amarga satisfacción leía mis letras, les daba un último retoque y las guardaba en aquel viejo baúl del abuelo del que nunca saldrían. Escribía para mí y solo para mí.
¿Por qué tuviste que aparecer? Nunca nadie se había interesado en los disparates que escribía. Había aprendido a disfrutar la soledad de las palabras. De cierta manera era feliz así, aunque mi felicidad era imaginaria. Solo existía en mis narraciones, pero era felicidad, al fin y al cabo. Hasta que llegaste tú y derribaste todos los muros que construí con piedra y uní con saliva. Siempre creí estar a salvo de la gente y su indiferencia, pero solo un instante fue suficiente para descubrir que era más humano de lo que pensaba.
Y creí en ti. Creí en la sonrisa en tu rostro cuando leíste el cuento de los astronautas que se amaron en silencio mientras recorrían el universo en direcciones opuestas. Creí en el brillo de tus ojos cuando me escuchaste recitar de memoria aquel cuento siniestro del castillo que, a pesar de llevar más de 10 siglos abandonado, se negaba a ser destruido. Creí en tus lágrimas cuando leíste el relato del trágico accidente en el que un anciano moría cuando se dirigía a su matrimonio después de 48 años esperando que su amada aceptara. Creí que todo aquello era real.
Entonces empecé a escribir para ti. No tenía idea de sentimientos en carne propia, pensaba que eso solo ocurría en las novelas de Jane Austen, pero sabía de querer a través de las palabras, haciendo amar a astronautas, ancianos y hasta estrellas en tantos párrafos escritos bajo la luz de la luna. Dejé entonces que mis textos hablaran por mí. Me volví monótono, pues todos mis relatos empezaron a tener un final feliz donde los protagonistas compartían sus vidas para siempre. El hecho de verte devorar cada letra, el brillo en tus ojos, la sonrisa en tu boca y tu acostumbrada frase: “Tienes que escribir la continuación” me hicieron sentir como un personaje más en un cuento feliz.
Sin embargo, cuando se vive de fantasías la realidad tiende a sacarte del sueño de la forma más tormentosa posible. Aquel día había escrito una linda historia para ti. Tú eras una estrella de una galaxia lejana y yo era un cometa que pasaba cada 537 años a tu alrededor. Durante una rotación entera pensaba qué decirte y al llegar el momento esperado te veías tan radiante que no era capaz de pronunciar frase alguna y debía esperar 537 años más para tener una nueva oportunidad. Era mi forma de decirte que pasaba días enteros buscando las palabras para expresar un te amo que nunca fui capaz de pronunciar, y terminaba leyéndote mis ridículos cuentos pensando que tal vez en la próxima ocasión tendría más valor.
Pero justo en ese momento todo se esfumó sin explicación alguna. La estrella fue absorbida por un agujero negro mientras el cometa, desafiando todas las leyes de la física, seguía repitiendo eternamente su órbita alrededor de un recuerdo con la esperanza de, algún día, volverla a encontrar.
Hasta el día de hoy sigo sin encontrarte. He inventado cientos de historias para entender qué pasó; ninguna tiene sentido. Desde ese momento no he podido hacer más que seguir escribiéndote en silencio. Debo aceptar que al principio la ira me hizo convertirte en la antagonista. Fuiste la bruja de un cuento, la princesa malvada en el siguiente y la traidora en aquel que escribí llorando y que, afortunadamente, es casi ilegible después de tantas lágrimas corriendo sobre la tinta. Con el pasar de los días la ira se transformó en inquietud y mis cuadernos se convirtieron casi en tratados alquímicos sobre el sentido de la vida. Finalmente acepté que enojarme contigo me resulta casi imposible y que mis relatos suplicantes nunca tendrán una respuesta hasta que seas tú quien escriba su final. Así que he vuelto a los cuentos de antes. Los valientes dramas de amor con un príncipe salvando a la princesa de las adversidades, las novelas cortas donde los protagonistas se enfrentan a todo tipo de obstáculos para ser felices juntos, y mi nuevo género favorito, uno en el que me olvido de la ficción y somos simplemente tu y yo. Mientras regresas, he vuelto a guardar mis textos en el viejo baúl del abuelo, donde permanecerán lejos de los ojos del mundo. Ya he perdido la cuenta de cuántos escritos te esperan ahí. Son las historias que te contaría si quisieras escucharlas.
Aun así, he decidido que estos párrafos no tendrán la misma suerte. En su lugar he querido venir a leértelos con mi voz entrecortada. Aunque siento que estoy enloqueciendo, necesito hacerlo. Habría sido más normal traerte flores y dejarlas aquí como hacen los demás, pero preferí que fuera de esta forma, esperando que al escucharme vuelva el brillo a tus ojos, la sonrisa a tu boca y la frase: “Tienes que escribir la continuación” para responder que la continuaré contigo. Cuando termine esta amarga lectura, dejaré mis palabras junto a aquella piedra que lleva tu nombre, tu fecha de nacimiento y el día en que la estrella desapareció. Allí podrás leerla cada vez que quieras. La he enmarcado para que ni el sol ni la lluvia la dañen y viva eternamente contigo. No prometo venir a verte seguido porque los cementerios me asustan, pero prometo seguir escribiendo historias. Si algún día vuelves y me dices que todo fue un mal sueño te las leeré sin descanso y por medio de ellas, te diré cuánto te amo. Si quisieras escucharlo.
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