Universo en expansión
marzo 04, 2019 - 6 minutos de lectura
Desde el primer momento supe que nuestro amor sería cósmico. Ella era un cometa luminoso recorriendo el cielo tras sus sueños.
Hermosa.
Radiante.
Inconfundible.
Yo en cambio siempre fui un planeta errante y casi estático, buscando mi sitio en el universo. Hasta el mágico día que aquel increíble cometa se cruzó frente a mis ojos. La vi tan cerca que nos faltó poco para chocar ¡Menudo cataclismo! Estaba allí al alcance de mi mano.
Al acercarme la sentí respirar.
Al cerrar los ojos podía escuchar sus latidos sincronizados a la perfección con los míos.
Fui tan feliz como un planeta errante puede serlo. Quise abrazarla, tomarla entre mis brazos y no soltarla nunca. Pero no pude. Su larga estela se convirtió en polvo que se deshizo entre mis dedos. La vi alejarse, perder su brillo, volverse tenue y fría a la distancia. Aun así lograba divisar sus miradas tímidas y sonrisas leves de vez en cuando, evitando siempre cruzarse con mis ojos.
Pasó un tiempo y la distancia fue cada vez más grande hasta que ni siquiera mis mejores binoculares me permitían detectarla. Me convertí en un planeta frío y oscuro. Mis anillos se disolvieron. Pasé siglos mirando fijamente al mismo sitio oscuro en el que la vi por última vez, pero solo encontré vacío. Hasta que un día me sorprendió por la espalda. Acababa de completar su rotación y estaba tan brillante como la primera vez.
Vi en sus ojos el mismo brillo y en sus brazos el mismo deseo de aferrarse a mí. Pero había nacido para volar y así fue como se escapó de mis manos de nuevo.
Conociendo ya su órbita esperé todos los siglos que fueron necesarios. Preparé una lluvia de estrellas para darle la bienvenida, pero esta vez tuve que conformarme con verla un poco más lejos. La vi radiante pero no pude sentir su respiración. Escuché su voz melodiosa pero no pude oír sus latidos. Su órbita se estaba alejando de mí y yo no podía hacer mucho más que verla y amarla mientras pudiera para luego empezar una nueva espera que la acercara a mí… cada vez más lejos.
Han pasado 112 milenios y siete siglos desde la primera vez que la vi. Ha estado 42 veces frente a mí — 42 veces igual de hermosa — aunque cada vez más lejos; las últimas ocasiones apenas he podido captar su presencia a lo lejos. Pronto su órbita desaparecerá de mi vista por completo.
El universo se expande, ella se aleja, y este amor es lo único que mantiene vivo a un planeta errante y casi estático que se aferra a seguir la órbita de su cometa amado, cada vez más lejano.
La foto que acompaña este artículo fue compartida por Vincentiu Solomon en Unsplash.